El pasado 6 de agosto, tras una enfermedad devastadora que literalmente redujo al hombre a su palabra, murió en Nueva York el historiador Tony Judt. Les he hablado en otras ocasiones de este académico inusual, que concitó las virtudes que más aprecio en un intelectual de estos tiempos que corren. Su sentido común, su heterodoxia y su entusiasmo por los argumentos razonados y el interés público hicieron de él una referencia imprescindible de la historia moderna de Europa y un profeta de las lecciones que debemos aprender de nuestro pasado.
No les voy a aburrir con una cantinela de sus méritos. Desgraciadamente yo le descubrí tarde, de la mano de un buen amigo que me recomendó hace un par de años una colección de ensayos titulada Sobre el olvidado Siglo XX. Desde entonces he leído con fervor religioso casi cualquier pieza suya que ha caído en mis manos. Los lectores apurados de baños y cenas apreciarán especialmente la serie de artículos breves que ha ido publicando durante los últimos años en The New York Review of Books. Pero dense la oportunidad de disfrutar el libro al que me he referido, o la emocionante defensa de la izquierda inteligente que realiza en Ill Fares the Land, cuando no lo quedaban fuerzas para casi nada. Yo me dispongo a hincarle el diente a Posguerra (una historia de Europa tras la Segunda Guerra Mundial) y confío en leer en algún momento Pasado imperfecto, en el que reflexiona acerca de la incapacidad de muchos intelectuales franceses de tomar distancia del comunismo estalinista en los años posteriores a la guerra.
Y si son aficionados a los buenos obituarios les recomiendo que no se pierdan dos de los muchos que se han publicado recientemente: el de Geoffrey Wheatcroft en The Guardian ofrece un comentario informado e interesante de su vida y de su obra (incluyendo alguna polémica sonada de este judío que tanto criticó la política de Israel); pero me ha gustado particularmente la nota emocionada de su amigo Timothy Garton Ash, en la que describe la trayectoria personal e intelectual de un hombre "que caminó junto a sus libros, discutiendo, hasta el final mismo".
Tony Judt recorrió la vereda incómoda de la política y la historia. Nunca se conformó y nunca admitió que otros se conformaran. Como dijo en muchas ocasiones citando a su admirado Camus, "si existiese un partido de aquellos que no están seguros de tener razón, pertenecería a él". No se me ocurre mejor ejemplo para seguir adelante.