lunes, 31 de enero de 2011

Esto es de lo que hablamos ahora

Soledad Gallego-Díaz se preguntaba ayer en su columna de qué íbamos a hablar ahora que se ha alcanzado un pacto sobre las pensiones. Cuál es el asunto en el que el Presidente y los mandarines económicos van a centrar su atención en los próximos meses. Pues bien, ojalá me equivoque, pero me da en el tupé que la respuesta se la ofrece en parte el Secretario de Estado de Hacienda, Carlos Ocaña, en la entrevista que publica El País esta misma mañana: tendremos que hablar del copago sanitario.

Y digo el copago sanitario como podría decir la educación, la atención a la dependencia, el sistema de guarderías o cualquier otro asunto menor que se les pase por la cabeza. Porque el principio siempre es el mismo, como recuerda Sol Gallego:  necesitamos 'racionalizar' los sistemas. "Mantener la calidad reduciendo costes", en palabras del Sr. Ocaña. Y nada como una buena crisis para justificar cualquier cosa, de cualquier modo.

La 'racionalización' es uno más de los muchos sofismas que nos hemos visto obligados a tragar en los dos últimos años. ¿Quién podría estar en desacuerdo con mantener lo que tenemos pagando menos? Es como esa idiotez que aparece en el primer párrafo de cualquier declaración del Banco Mundial o del FMI con respecto a un país pobre: "la necesidad de políticas económicas sólidas". ¿Por oposición a qué, a políticas gaseosas? Cualquier estudiante de primero de economía sabe que, cuando dicen 'sólido', quieren decir 'comonosotrosqueremos', una fórmula que en los años 80 se popularizó como las 3D: desregulación, desprotección y devaluación.

En realidad, se trata de un principio fundamentado en el fatalismo político y en la derrota de modelos económicos ambiciosos de redistribución. Lo que el Sr. Ocaña olvida cuando habla de la sanidad es que en buena parte de España el sistema sanitario público es idóneo cuando padeces una gripe o un cáncer, pero para casi todo lo que hay en medio uno está condenado al limbo de los médicos especialistas y a una espera media de entre 3 y 6 meses. Y no por culpa de estos, precisamente, sino por la debilidad extrema de un modelo cuya financiación está muy por debajo de sus necesidades. Es posible que un eurito copagado por nuestros abuelos en sus visitas al ambulatorio resuelva en parte este problema, pero es aún más posible que esta medida equivalga a curar gangrenas con aspirinas, por continuar con el símil sanitario. 

Lo más preocupante de la reforma de las pensiones no es el hecho de que tengamos que trabajar más o menos, sino el modo en el que se ha planteado y desarrollado la revisión de uno de los pilares del Estado de bienestar. Si se trata en gran parte del estrechamiento de la base de la pirámide de población, yo hubiese querido hablar del futuro del régimen migratorio, por ejemplo. Esta reforma ofrecía una oportunidad única para ejercer la pedagogía política que necesitamos de forma desesperada en este campo, explicando a la sociedad que el sostenimiento de nuestro bienestar (y el progreso de otras regiones del planeta) exige prepararnos para sociedades que en el futuro serán más abiertas y diversas.

Y este es solo un ejemplo de los debates difíciles que un Gobierno valiente y responsable debería liderar. El Presidente ha salido esta misma mañana a desmentir la propuesta del copago, pero a estas alturas vamos a necesitar algo más que su palabra. Lo único que sabemos con certeza es que Zapatero se ha puesto por completo en manos de un Ministerio de Economía que tiene las cosas demasiado claras, aunque esa lucidez responda fundamentalmente a los mismos intereses que provocaron esta crisis en primer lugar. Por eso me impresiona bastante poco la firmeza que su gobierno ha demostrado en las últimas semanas: toda la iniciativa y el coraje político aplicados a las prioridades más discutibles. (Del PP ni hablamos, porque ni discrepa con las medidas ni tiene el coraje de reconocerlo públicamente. De la impudicia de Aznar a la inanidad de sus herederos).

"Si se quiere se puede", dice el Secretario de Estado en la entrevista. Estamos de acuerdo.

[El pasado jueves se presentó en Madrid el programa de trabajo de Equo, la nueva plataforma política 'ecosocial' que lidera Juan López de Uralde. Si consiguen desembarazarse de algunos titulares políticos improbables, como la defensa de la III República (¿?), tal vez capitalicen el sentimiento de una parte de la sociedad que pasamos del asombro al aturdimiento con una facilidad desarmante.]

miércoles, 26 de enero de 2011

Nacidos para no morir

Save the Children International es una de las ONG más interesantes del panorama global. De la mano de un equipo brillante que ha combinado presencia sobre el terreno, capacidad de innovación y coraje político, esta organización está protagonizando un recorrido ilusionante hacia la nueva generación de grandes ONG que liderará nuestro sector en el siglo XXI.

Un buen ejemplo de esta deriva es la campaña que lanzaron el pasado lunes: No Child Born To Die. El mensaje es tan simple como devastador: ocho millones de niños mueren cada año antes de cumplir los cinco por razones perfectamente evitables, como las infecciones respiratorias o la diarrea. Son cuatro millones menos que en 1990, pero ocho millones más de los que son necesarios. Y se pueden hacer muchas cosas para cambiarlo.

Las causas de esta catástrofe moral están detalladas en el informe que presenta la campaña y que pueden descargar aquí. Un cóctel que les sonará familiar: compromiso insuficiente por parte de gobiernos nacionales y donantes internacionales. Si solo cinco de los países africanos -región en la que se concentran los niveles de mortalidad infantil más acuciantes- ha cumplido el compromiso de destinar un 15% de sus presupuestos a los gastos de salud, la trayectoria de los donantes no tiene mucho más lustre. Save the Children calcula que el esfuerzo internacional en este ámbito es un tercio de lo que necesita la salud de los niños y de sus madres.

La agenda para el cambio está detallada alrededor de dos grandes ejes: programas de inmunización y personal sanitario. En ambos casos las soluciones incluyen una combinación de recursos económicos y de imaginación política. Los avances de la Alianza Global para la Vacunación y la Inmunización, por ejemplo, ofrecen pistas sobre cómo gobiernos, sector privado y sociedad civil pueden aliarse para reducir los precios de las vacunas y garantizar un suministro extenso y adecuado.

Piensen en cada uno de esos ocho millones de niños como un hijo propio. A mí me ayuda a establecer prioridades.


martes, 25 de enero de 2011

Ciberartivisimo: La rumba del banquero

Si yo tuviese más arte (y otra cintura), cuánto me gustaría unirme a estas acciones de protesta. Tres oles para el colectivo FLO6x8.



(Gracias a Lula por la pista).

Precios agrarios: anímense, no todo son malas noticias.


El gráfico anterior es una estimación del impacto de la escalada de los precios agrarios en la riqueza de algunos países cuyas exportaciones dependen... de los precios agrarios. Una consideración evidente que, sin embargo, tendemos a olvidar cuando hablamos de la burbuja del precio de los alimentos. [No se pierdan, por cierto, los comentarios de Alex Evans a la kafkiana rueda de prensa que ofreció ayer el Presidente Sarkozy sobre este mismo asunto]

El resto de una entrada muy sugerente sobre este asunto está disponible aquí, en el blog de D. Green.

lunes, 24 de enero de 2011

Dead ideas

Dembisa Moyo hizo carrera hace un par de años en el star-system de los críticos de la ayuda al desarrollo, en el que también han apuntalado su fama otros autores como Bill Easterly (con muchos más argumentos, todo hay que decirlo, a pesar de lo cual fue crujido por el Nobel Amartya Sen en esta contundente pieza). Con su libro Dead Aid bajo un brazo y el bolso de Prada bajo el otro, se paseó por medio mundo proponiendo la eliminación de los programas de ayuda a África, que debían ser sustituidos por préstamos en los mercados internacionales de capitales.

Dejando a un lado el hecho de que Dead Aid fue publicado solo unas semanas antes de la caída de Lehman Brothers y el comienzo de la crisis financiera (lo que redujo el valor de los incipientes bonos africanos al de una estampilla de Bollicao), su libro constituye una colección de argumentos distorsionados y parciales; un libro escrito para justificar un propósito ideológico con independencia de la realidad. Naturalmente, parte de su crítica al impacto y la utilidad de la ayuda es muy cierta, pero, como señaló Kevin Watkins en su momento, "comparado con Moyo, Bob Geldof es un modelo de matices y realismo cauto" (el resto de su crítica está aquí; no se la pierdan).

El caso es que su trabajo despertó un interés inusitado. Prestigiosos historiadores económicos como Niall Ferguson terminaron el libro "con la necesidad de mucha más Moyo y mucho menos Bono", lo cual dejó perplejos a los académicos y activistas que llevan años luchando la batalla difícil: hacer de la ayuda un instrumento útil y complementario a otras políticas de desarrollo (ver, por ejemplo, la contestación general de Oxfam en este documento). En este debate, las pulsiones revisionistas de Moyo ayudaban bastante poco.

Les cuento todo este rollo porque el tiempo parece haber confirmado la dudosa solidez de nuestra autora. En una demoledora crítica publicada esta semana, The Economist crucifica el nuevo libro de Moyo con la siguiente frase introductoria: "He aquí dos predicciones sobre la economía mundial. Primera, los males de Occidente y el auge de las economías emergentes generarán una montaña de libros. Segunda, no es fácil que alguno de ellos sean tan malo como How the West Was Lost'". El argumento principal de los lamentos de The Economist: la distorsión (o la abierta omisión) de datos fundamentales con el objeto de justificar su tesis. ¿Les suena?

viernes, 21 de enero de 2011

Los derechos de autor

Nada como un título sexy para atraer la atención del público. Así es, sufridos lectores, ha llegado la hora de hablar de derechos de autor y de su propiedad intelectual. Pero, a diferencia de nuestros beligerantes artistas y de su némesis internauta, nosotros no vamos a hablar de los hits de Lady Gaga, sino de algo aparentemente tan poco atractivo como revistas académicas y literatura médica. Tengan paciencia.

Al parecer, los principales editores de publicaciones médicas especializadas han decidido cortar el grifo a los profesionales de buena parte de los países más pobres, que tenían acceso gratis a este conocimiento gracias a un acuerdo muñido por la Organización Mundial de la Salud. Los artículos de revistas como Lancet Infectious Diseases, que hasta ahora estaban disponibles para los doctores que trabajan precisamente donde esas enfermedades infecciosas golpean con más virulencia, serán de pago a partir de este año.

Y cuando digo 'pago' debería decir 'paga', porque cada uno de estos artículos podría costarle el sueldo mensual a un profesional de la medicina en uno de estos países. En Bangladesh, por ejemplo, cada trabajador comunitario de salud (profesionales de la medicina o la enfermería) cobra al mes unos 45 dólares, mientras que un artículo online de Lancet sobre bacterias resistentes a tratamientos (un asuntillo menor en los países pobres, como pueden imaginar) cuesta la friolera de 31.50 dólares. La posibilidad de pagar con tarjeta de crédito no supone un gran consuelo.

Un sueldo = un artículo y medio. A ver cómo explican estos gastos en casa.

Hace algún tiempo estuve muy involucrado en la batalla por el acceso de los enfermos pobres a tratamientos esenciales contra la malaria, el VIH/SIDA y otras infecciones (un asunto en el que estamos mejor pero que todavía no se ha resuelto, como pueden comprobar aquí). Pensaba entonces que sería difícil encontrar en el futuro una caso tan palmario de víctimas y villanos, en el que la codicia de unos pocos afectase los intereses fundamentales de tantos. Este asunto de la literatura médica es menos espectacular, pero los ingredientes son similares: algunos de los totems académicos más prestigiosos y mejor pagados del planeta deciden hacer valer los Sacrosantos Principios del Derecho de Autor expulsando del club a sus miembros menos lustrosos. El pobre Hipócrates debe estar escondiendo las barbas en alguna nube.

jueves, 20 de enero de 2011

La parada de los monstruos

Tras el retorno de Baby Doc Duvalier, ahora es el depuesto Presidente Aristide quien anuncia su deseo de volver a Haití para ayudar como "un simple ciudadano". El primero empezó su carrera criminal con ventaja, siguiendo la estela de Papa, del que aprendió a torturar, asesinar y apuntalar la mayor cleptocracia del continente (lo cual tiene un mérito indudable). El segundo protagonizó una caída libre desde los altares de la popularidad (con teología de la liberación incluida) al desgobierno, la corrupción y la violencia de cualquier otro tirano caribeño.

Y la situación es tan sumamente desesperada que un buen puñado de haitianos recuerdan los años de Duvalier y de Aristide con nostalgia, dispuestos a aferrarse a cualquier posibilidad que les saque del infierno. No se puede decir que el despropósito de la primera vuelta electoral haya ayudado mucho a cambiar esa impresión.

Si esto ocurre, el castigo de Haití será doble.

miércoles, 19 de enero de 2011

¿Quién va a frenar esto?

En El País digital de hoy:
El ministro de Industria, Turismo y Comercio, Miguel Sebastián, ha mostrado hoy la disposición del Gobierno a estudiar la propuesta de los sindicatos de ampliar la vida útil de las centrales nucleares a cambio de concesiones en el pacto social y de las pensiones.
Un momento... Con independencia de lo que cada uno piense sobre las nucleares, ¿es que ahora la posición energética y medioambiental del Gobierno está definida en primer lugar por los puestos de trabajo en juego? Con la negociación del carbón ocurrió exactamente lo mismo: Sebastián y otros ministros perdiendo la peluca en Bruselas para sostener un sector que contradice abiertamente los compromisos de reducción de emisiones de este Gobierno. 

¿Dónde quedó el coraje de las decisiones difíciles? ¿Quién da explicaciones por el camino desandado? ¿Qué ocurre con aquellos compromisos electorales que no estén respaldados por lobbies, bancos o sindicatos? A este paso, el año largo que resta de legislatura va a evaporar cualquier avance social o medioambiental del último lustro. ¿Quién demonios va a frenar esto? 

Los tesoros que traemos

Una cartilla que le acredita como maestro de escuela en el Congo, una foto de la hermana que dejó en Zimbabue, un pañuelo cosido por su familia en Malawi... Cada uno de los protagonistas de Los tesoros que traemos se aferra a objetos sencillos para explicar las razones que les impulsaron a emigrar a Sudáfrica. A través de esta iniciativa, la productora Community Media for Development ofrece a los emigrantes la oportunidad de contar su historia. En menos de tres minutos cada uno de ellos dignifica y llena de sentido una realidad que a menudo percibimos a través de estadísticas. Son historias de emigrantes. Las mismas historias con las que se topará usted en el Metro esta mañana.

(Gracias a Isabel T. por la pista)


martes, 18 de enero de 2011

La Ley de Transparencia, RIP

De acuerdo con la información del diario Público, el Gobierno se dispone a martillear el último clavo en el ataúd de la Ley de Transparencia, uno de los productos estrella de la regeneración democrática que prometió el Presidente Zapatero. La ley buscaba, ingénuamente, sacar a las instituciones públicas españolas del Club de la Opacidad en el que también dormitan Luxemburgo, Grecia, Malta y Chipre. El resto de países de la UE cuentan con leyes que protegen un principio básico de la democracia y del sentido común: en un Estado de Derecho, el secreto y la denegación de información deben ser la excepción y no la regla.

(Ya ven qué locura... El ciudadano y las organizaciones sociales pidiendo cuentas a las instituciones públicas... ¡cómo si se tratase de nuestro dinero!)

Una herramienta legal de estas características permitiría hacer algunas preguntas incómodas sobre casos tan sonados como el de la Trama Gürtel, en el que la Generalitat Valenciana se negó a hacer públicos contratos esenciales para entender las implicaciones de las administraciones y sus responsables. También podríamos conocer la relación de operaciones de venta de armas a países pobres, en las que la contabilidad creativa y las denominaciones equívocas permiten sortear la prohibición legal (la moral está de capa caída) de vender munición a regiones en conflicto.

Pero, si me apuran, me interesan aún más las posibilidades que esta ley abriría al control directo de la pequeña política, de la gestión más cercana; la que más afecta al día a día de los ciudadanos. ¿Cómo y por qué se deciden las prioridades de gasto en un hospital público, por ejemplo? ¿Está justificado el recorte de programas sociales en un ayuntamiento? ¿Con quién se reúnen nuestros representantes públicos y qué compromisos establecen?

Hay que reconocer, al menos, que el Gobierno ha actuado en este asunto con una coherencia intachable. Como denuncia Access Info -la plataforma que agrupa los esfuerzos por incrementar la transparencia en diferentes países europeos, representada en España por la Coalición Pro-Acceso-, la elaboración del anteproyecto de ley ha estado rodeada en todo momento de un eficaz "secretismo". No se podía esperar menos de una Ley de Transparencia 'a la española'.

Con independencia del gobierno de turno, los fundamentos de la democracia deben ser cada vez más sólidos. Los últimos años de Gobierno socialista tienen luces evidentes como la transformación de los servicios informativos de RTVE; pero en casi todo lo demás el PSOE ha trabajado con el PP para obstaculizar las reformas pendientes, desde el respeto a la independencia judicial hasta la asunción de responsabilidades públicas (solo con lo que hemos visto en las últimas semanas, la nómina de políticos que en cualquier otro país hubiesen presentado ya su dimisión es tan larga que da risa).

Algunas son reformas legales y otras son transformaciones culturales, mucho más lentas. Pero las primeras impulsan las segundas, como ha demostrado la normalización del matrimonio homosexual, y los gobiernos no tienen excusa para echarse a un lado. Y, si no, que no se lleven las manos a la cabeza cuando nos entusiasmos leyendo cables de Wikileaks. Al fin y al cabo, es lo único que nos han dejado.

lunes, 17 de enero de 2011

Medio siglo sin Lumumba

El discurso de Patrice Lumumba ante un arrogante Balduino de Bélgica durante la ceremonia de independencia del Congo en 1960 marcó la nota alta en la atropellada historia de la descolonización africana. Su asesinato -seis meses después, orquestado por belgas, estadounidenses y compatriotas congoleños- fue el inicio de una sangría humana y económica que continúa hasta el día de hoy.

De las muchas piezas que se habrán ido publicando estos días sobre el aniversario de Lumumba, les recomiendo especialmente esta de Adam Hochschild, que escribió sobre el Congo uno de los ensayos más extraordinarios que he leído nunca. Fue publicada ayer por The New York Times.

An Assassinations Long shadow
San Francisco

TODAY, millions of people on another continent are observing the 50th anniversary of an event few Americans remember, the assassination of Patrice Lumumba. A slight, goateed man with black, half-framed glasses, the 35-year-old Lumumba was the first democratically chosen leader of the vast country, nearly as large as the United States east of the Mississippi, now known as the Democratic Republic of Congo.

This treasure house of natural resources had been a colony of Belgium, which for decades had made no plans for independence. But after clashes with Congolese nationalists, the Belgians hastily arranged the first national election in 1960, and in June of that year King Baudouin arrived to formally give the territory its freedom.

“It is now up to you, gentlemen,” he arrogantly told Congolese dignitaries, “to show that you are worthy of our confidence.”

The Belgians, and their European and American fellow investors, expected to continue collecting profits from Congo’s factories, plantations and lucrative mines, which produced diamonds, gold, uranium, copper and more. But they had not planned on Lumumba.

A dramatic, angry speech he gave in reply to Baudouin brought Congolese legislators to their feet cheering, left the king startled and frowning and caught the world’s attention. Lumumba spoke forcefully of the violence and humiliations of colonialism, from the ruthless theft of African land to the way that French-speaking colonists talked to Africans as adults do to children, using the familiar “tu” instead of the formal “vous.” Political independence was not enough, he said; Africans had to also benefit from the great wealth in their soil.

With no experience of self-rule and an empty treasury, his huge country was soon in turmoil. After failing to get aid from the United States, Lumumba declared he would turn to the Soviet Union. Thousands of Belgian officials who lingered on did their best to sabotage things: their code word for Lumumba in military radio transmissions was “Satan.” Shortly after he took office as prime minister, the C.I.A., with White House approval, ordered his assassination and dispatched an undercover agent with poison.

The would-be poisoners could not get close enough to Lumumba to do the job, so instead the United States and Belgium covertly funneled cash and aid to rival politicians who seized power and arrested the prime minister. Fearful of revolt by Lumumba’s supporters if he died in their hands, the new Congolese leaders ordered him flown to the copper-rich Katanga region in the country’s south, whose secession Belgium had just helped orchestrate. There, on Jan. 17, 1961, after being beaten and tortured, he was shot. It was a chilling moment that set off street demonstrations in many countries.

As a college student traveling through Africa on summer break, I was in Léopoldville (today’s Kinshasa), Congo’s capital, for a few days some six months after Lumumba’s murder. There was an air of tension and gloom in the city, jeeps full of soldiers were on patrol, and the streets quickly emptied at night. Above all, I remember the triumphant, macho satisfaction with which two young American Embassy officials — much later identified as C.I.A. men — talked with me over drinks about the death of someone they regarded not as an elected leader but as an upstart enemy of the United States.

Some weeks before his death, Lumumba had briefly escaped from house arrest and, with a small group of supporters, tried to flee to the eastern Congo, where a counter-government of his sympathizers had formed. The travelers had to traverse the Sankuru River, after which friendly territory began. Lumumba and several companions crossed the river in a dugout canoe to commandeer a ferry to go back and fetch the rest of the group, including his wife and son.

But by the time they returned to the other bank, government troops pursuing them had arrived. According to one survivor, Lumumba’s famous eloquence almost persuaded the soldiers to let them go. Events like this are often burnished in retrospect, but however the encounter happened, Lumumba seems to have risked his life to try to rescue the others, and the episode has found its way into film and fiction.

His legend has only become deeper because there is painful newsreel footage of him in captivity, soon after this moment, bound tightly with rope and trying to retain his dignity while being roughed up by his guards.

Patrice Lumumba had only a few short months in office and we have no way of knowing what would have happened had he lived. Would he have stuck to his ideals or, like too many African independence leaders, abandoned them for the temptations of wealth and power? In any event, leading his nation to the full economic autonomy he dreamed of would have been an almost impossible task. The Western governments and corporations arrayed against him were too powerful, and the resources in his control too weak: at independence his new country had fewer than three dozen university graduates among a black population of more than 15 million, and only three of some 5,000 senior positions in the civil service were filled by Congolese.

A half-century later, we should surely look back on the death of Lumumba with shame, for we helped install the men who deposed and killed him. In the scholarly journal Intelligence and National Security, Stephen R. Weissman, a former staff director of the House Subcommittee on Africa, recently pointed out that Lumumba’s violent end foreshadowed today’s American practice of “extraordinary rendition.” The Congolese politicians who planned Lumumba’s murder checked all their major moves with their Belgian and American backers, and the local C.I.A. station chief made no objection when they told him they were going to turn Lumumba over — render him, in today’s parlance — to the breakaway government of Katanga, which, everyone knew, could be counted on to kill him.

Still more fateful was what was to come. Four years later, one of Lumumba’s captors, an army officer named Joseph Mobutu, again with enthusiastic American support, staged a coup and began a disastrous, 32-year dictatorship. Just as geopolitics and a thirst for oil have today brought us unsavory allies like Saudi Arabia, so the cold war and a similar lust for natural resources did then. Mobutu was showered with more than $1 billion in American aid and enthusiastically welcomed to the White House by a succession of presidents; George H. W. Bush called him “one of our most valued friends.”

This valued friend bled his country dry, amassed a fortune estimated at $4 billion, jetted the world by rented Concorde and bought himself an array of grand villas in Europe and multiple palaces and a yacht at home. He let public services shrivel to nothing and roads and railways be swallowed by the rain forest. By 1997, when he was overthrown and died, his country was in a state of wreckage from which it has not yet recovered.

Since that time the fatal combination of enormous natural riches and the dysfunctional government Mobutu left has ignited a long, multisided war that has killed huge numbers of Congolese or forced them from their homes. Many factors cause a war, of course, especially one as bewilderingly complex as this one. But when visiting eastern Congo some months ago, I could not help but think that one thread leading to the human suffering I saw begins with the assassination of Lumumba.

We will never know the full death toll of the current conflict, but many believe it to be in the millions. Some of that blood is on our hands. Both ordering the murders of apparent enemies and then embracing their enemies as “valued friends” come with profound, long-term consequences — a lesson worth pondering on this anniversary.

Adam Hochschild is the author of “King Leopold’s Ghost: A Story of Greed, Terror and Heroism in Colonial Africa” and the forthcoming “To End All Wars: A Story of Loyalty and Rebellion, 1914-1918.”

El mundo en 2050

La nota de presentación del correo anuncia un nuevo informe de algún grupo ecologista o de uno de esos académicos liberales que pueblan la blogosfera:
[En este informe] llegamos a la conclusión de que la ruta del bajo carbono hacia 2050 es al mismo tiempo tecnológicamente posible y económicamente atractiva. Pero hay menos confianza en que la demanda global de alimentos pueda ser cubierta en un mundo de crecientes tensiones hídricas, impactos climáticos y pérdida de biodiversidad. Incluso en este campo, sin embargo, la brecha podría ser cubierta con una mejora en los rendimientos [agrarios], la reducción del desperdicio [de alimentos] y los cambios en las dietas.
Y, sin embargo, el informe no ha sido escrito por WWF o por Oxfam, sino por el servicio de estudios del gigante financiero británico HSBC: El mundo en 2050.

Tiempos extraños estos en los que banqueros y activistas dicen cosas similares... ¿o no?

La nota completa (poco más de 30 páginas de lectura, que les recomiendo vivamente) es un canto a la 'realpolitik': el creciente poder económico y demográfico de los países BRICSAM (grandes economías emergentes) y de otras regiones en desarrollo pondrá contra las cuerdas los modelos de crecimiento del mundo desarrollado. No hay nada nuevo en este argumento, aunque algunos de los datos que muestran son francamente ilustrativos. España, por ejemplo, se desplomaría del puesto 8 al 14 en el Ránking Mundial del Tamaño de mi Cartera, lo cual evapora nuestro principal argumento para sentarnos en el G20. Y como la capacidad de propuesta y liderazgo internacional de los gobiernos españoles equivale a la de mi hija de seis años, podemos esperar un futuro brillante en el servicio de habitaciones de las próximas cumbres globales.

De las tendencias demográficas, qué les voy a decir que no les haya dicho ya. La perspectiva de una Europa achacosa en un mundo vibrantemente juvenil debería hacernos reconsiderar las rigideces injustificables de nuestro modelo migratorio (con el permiso, claro, de Marine Le Pen, que declaró ayer inaugurada la nueva generación de partidos europeos idiotas y terroríficos).

Pero lo más interesante del informe es la sección que aborda los retos del calentamiento global y el abastecimiento alimentario del planeta. Con el ilustrativo título de "Más allá del límite", nuestros amigos del HSBC hacen un diagnóstico casi impecable: crecemos en número y capacidad de consumo, y eso está acercando al planeta a peligrosos puntos de agotamiento y 'no retorno'. Los incentivos actuales priman más de lo mismo (por ejemplo, los 557.000 millones de dólares que el gobierno de los EEUU destinó en 2008 a subvencionar los combustibles fósiles) y las previsibles consecuencias naturales, económicas y sociales son sencillamente inaceptables para cualquiera que tenga dos dedos de frente y un sentido básico de la dignidad humana.

Donde el documento parece patinar (aunque solo se apuntan algunos detalles) es en la relación de propuestas. Como muchos otros en la orilla ortodoxa de la economía y la ideología (véase el muy sugerente artículo del mandarín del Banco Mundial Robert Zoellick en el FT la semana pasada), el futuro 'verde y satisfecho' se mide en conceptos como la tecnología y la productividad, lo cuál conlleva, por ejemplo, inversiones en los sectores de la agricultura intensiva de grandes explotaciones. Pero es muy difícil encontrar en estas posiciones un análisis razonado de la eficiencia social, medioambiental y económica de la pequeña agricultura; o de las lecciones que hemos aprendido tras la desaparición del Estado en el juego de fuerzas que enfrenta a mercados y ciudadanos. Quizás porque estén ganado mucho dinero con ello, el HSBC olvida mencionar el papel de la especulación financiera en la volatilidad del precio de los alimentos o la necesidad de introducir incentivos al desarrollo de tecnologías para las familias campesinas (que supone una parte mayoritaria de quienes producen y consumen alimentos en situación de pobreza), siguiendo el ejemplo del sector farmacéutico en el acceso a medicamentos esenciales.

Las coincidencias en el diagnóstico son un paso adelante cuya importancia no debe ser ignorada. Pero no es suficiente. Los retos del hambre y la pobreza en el siglo XXI exigen de nuestros líderes decisiones informadas y tajantes para transformar el orden de prioridades con el que nos hemos desenvuelto hasta ahora, vinculando ecología y equidad de un modo mucho más valiente e innovador.

jueves, 13 de enero de 2011

Haití, un año después

En Haití, el poder y la toma de decisiones, así como la riqueza, se  concentran en la capital Puerto Príncipe, y la mayoría está en manos de unos pocos. El proceso de descentralización política y económica debe avanzar más rápido para que  las autoridades locales puedan realizar sus funciones. En el período que siguió a las disputadas elecciones de noviembre de 2010, este proceso se debería haber combinado con un impulso para reducir la corrupción a todos los niveles, desarrollar la confianza mutua entre los ciudadanos y las autoridades haitianas, y hacer al gobierno más responsable ante la población. Los donantes, las agencias de Naciones Unidas y las Organizaciones no Gubernamentales (ONG) deberían trabajar con los gobiernos locales y apoyar este proceso.
El resto del análisis de Oxfam Internacional en el primer aniversario del terremoto de Haití está disponible aquí

En este otro informe, elaborado por el equipo de investigaciones de Intermón Oxfam, encontrarán una explicación detallada y bien informada de la crisis humanitaria, sus raíces y sus consecuencias, incluyendo una valoración crítica del papel del Gobierno español.

Y ya. Es usted un soso, me dirán, y tienen razón. Pero es que esta semana me trae de cabeza y no quería dejar pasar estos dos estupendos de Oxfam. Ya habrá tiempo de decir mamarrachadas los próximo días.

lunes, 10 de enero de 2011

Dios y la Ronda de Doha de la OMC

De una comunicación del Grupo de Evian sobre la próxima celebración del décimo aniversario de la Ronda de Doha. Me pareció gracioso, pero tal vez he empezado a perder la perspectiva...
Barack Obama has an appointment with God and asks Him, "when will the US deficit be reduced". God replies, "Not in your lifetime", and Obama begins to cry.

Angela Merkel meets with God and asks Him, "when will the Eurozone be sturdy". God replies, "Not in your lifetime", and Merkel begins to cry.

Hu Jintao goes to see God (yes!!) and asks Him, "when will the province of Taiwan be reunited with the fatherland". God replies, "Not in your lifetime", and Hu begins to cry.

And then Pascal Lamy shows up and asks God, "when will the Doha Round be concluded". And God begins to cry.

Comienza el referéndum en Sudán

Estoy en medio de un viaje de Oxfam, en los preparativos de nuestra próxima campaña sobre hambre y con muy poco tiempo para escribir en en el blog. Pero no quiero dejar de mencionar la noticia del día: el comienzo del referéndum en Sudán, que podría dar lugar a la escisión del sur del país y solo Dios sabe a cuántas nuevas muertes en esta lucha de razas y pozos petrolíferos.

He encontrado los artículos de la página de Global Development de The Guardian especialmente interesantes, pero tal vez quieran ustedes sugerir otros. Mientras tanto, les dejo con la inquietante pregunta que se hace The New York Times a propósito del mapa étnico de África: Después de Sudán, ¿deberían ser redibujadas otras fronteras africanas?

viernes, 7 de enero de 2011

Ya están aquí de nuevo. Y esta vez puede ser peor que nunca


En comparación con 2007-08, cuando el número de hambrientos se incrementó en cerca de 250 millones de personas, la escalada de los últimos seis meses da vértigo. A menos que se tomen medidas para evitar el efecto dominó de la restricción de exportaciones, las consecuencias humanitarias son sencillamente imprevisibles. Más detalles en el blog de Gabriel Pons, que citábamos el otro día.

miércoles, 5 de enero de 2011

Verdades no tan aceptadas

La vieja batalla entre las 'verdades aceptadas' [conventional wisdom] y sus detractores no es lo que solía ser. Cuando el economista progresista John Kenneth Galbraith comenzó a utilizar este término en los años 50 sus objetivos no eran solo las opiniones erróneas ampliamente asumidas, sino aquellas que eran el resultado de la inercia y la conveniencia. Las 'verdades aceptadas', pensaba Galbraith, alimentan la complacencia. Nos permitían "evitar esfuerzos incómodos o inoportunas variaciones en nuestras vidas", escribió en la La sociedad opulenta.
El resto de esta pieza breve de Stephen Sestanovich -así como la de otros once autores que cuestionan esas 'verdades aceptadas'- esta disponible aquí, en un reportaje especial de Foreign Policy para su 40 aniversario. No está de más recordar ahora el espíritu combativo de Galbraith, que inspiró en cierto modo la creación de esta revista (combativa dentro un orden; no vayan a pensar que esto es Rebelión).

[Si tienen tiempo, interés y ánimo, les recomiendo la biografía de Galbraith que escribió Richard Parker. Es una delicia recorrer de la mano de este provocador la historia y la economía del siglo XX. El resumen del libro y otros muchos materiales audiovisuales están disponibles aquí.]

martes, 4 de enero de 2011

Monseñor Fernández destapa una trama

Cuando aún nos estamos recuperando del escándalo provocado por las revelaciones de Wikileaks, nos llega de Córdoba un nuevo mazazo informativo: Demetrio Fenández, obispo del lugar, denuncia un plan de la UNESCO para incrementar de forma dramática la población homosexual del planeta. Lo que oyen. Los estremecedores detalles facilitados por Monseñor Fernández hablan de un 50% de la población mundial en los próximos 20 años, en una especie de aquelarre antinatura que -por si fuera poco- ha sido pagado con nuestras propias contribuciones a los organismos internacionales.

Quienes considerábamos a la UNESCO una de las instituciones más inútiles del planeta nos hemos quedado helados por la capacidad conspirativa de este organismo aparentemente inocuo. No queda claro en la noticia publicada por El País si Demetrio está alarmado o despechado, pero no cabe duda de que sus revelaciones van a provocar un verdadero terremoto en el mundo entero.

Por ejemplo en Uganda, donde varios miembros del partido en el gobierno impulsan desde hace meses una legislación anti-gay que contempla la pena de muerte para algunas prácticas homosexuales, al parecer en defensa de la cultura tradicional de Uganda. El propio Presidente Museveni declaró su simpatía por la propuesta de ley con una frase lapidaria que podría haberle robado al mismísimo obispado de Córdoba (o a El Garrofer): "Solíamos decir Sr. y Sra., pero ahora decimos Sr. y Sr. ¿Esto qué es?".

La ley ha quedado estancada por ahora en el Parlamento, tras una exitosa campaña de movilización liderada -atentos- por un sacerdote (anglicano, no se preocupen) que trabaja desde hace años para frenar la expansión del SIDA en este país. Monseñor Lwanga, Arzobispo católico de Kampala, también expresó su preocupación por los aspectos más radicales de la ley y propuso -como Magdalena ante el Don Mendo encarcelado- facilitar más bien la "rehabilitación" de los homosexuales. Bien por Lwanga.

El hecho de no contar con una ley no ha impedido a los machos ugandeses hacer valer hasta ahora sus tradiciones. Ayer, precisamente, el Tribunal Supremo de este país declaró ilegal la publicación de fotografías de homosexuales confesos, que son expuestos a la ira popular como si se tratase de cuatreros. La misma historia se repite en muchos otros países africanos, donde la persecución de los homosexuales está a la orden del día.

En España los obispos no han reclamado aún estas medidas, ocupados más bien en sacar a sus huestes a la calle en defensa de un modelo de familia acosado por el gobierno (y los organismos internacionales, por lo que parece). Lástima que en esa categoría no figuren, por ejemplo, las familias de los inmigrantes irregulares, cuya realidad ha sido olímpicamente ignorada por la jerarquía eclesiástica en sus declaraciones públicas.

En mi nombre y en el de mis tres hijos, guárdese su entusiasmo para otras causas, Monseñor Fernández.

lunes, 3 de enero de 2011

¡Hay que intervenir en Costa de Marfil! (¿o no?)

Retorno de unas espléndidas vacaciones navideñas y me encuentro con un buen número de artículos y entradas de blog que giran alrededor del mismo tema: el intervencionismo de la comunidad internacional en los conflictos del mundo en desarrollo. La excusa es la tensión creciente en Costa de Marfil, donde Laurent Gbagbo se niega a reconocer su derrota electoral y amenaza con llevar al país a una nueva etapa de conflictos violentos.

Y como no existe un asunto que despierte pasiones más enconadas entre los frikies humanitarios, les sugiero algunas pistas que quizás les interesen (cualquier otra será muy bienvenida):

- Chris Blattman (declarado oficiosamente blogger del año en temas de ayuda y desarrollo) echó a rodar la pelota con una entrada en la que analiza las opciones de la comunidad internacional en el caso de Costa de Marfil. Su opinión es que la presión externa podría ser más inteligente, facilitando opciones creíbles a Gbagbo y (tanto o más importante) a su recua de cortesanos armados.

- Su comentario generó una serie de respuestas por parte de lectores bien informados. Lo sorprendente del asunto es casi ninguno de ellos se muestra partidario de la línea que propone buena parte de la prensa occidental: sostener la presión internacional hasta forzar la renuncia de Gbagbo en favor del bueno de Ouattara. Desde una partición del país entre el norte musulmán y el sur cristiano (aunque esta es una distinción simplona, como recordaba Ramón Lobo en su didáctica explicación del conflicto) al reparto de poder entre ambos dirigentes, pasando por una intervención armada de los ejércitos de África occidental (cuyos líderes ya han dejado claro sus preferencias por Ouattara).

- El dilema principal, como casi siempre, es elegir entre los bueno y lo mejor (o lo malo y lo peor, en este caso). Los detractores de la línea oficial (democracias-liberales-y-lejanas-exigen-cumplimiento-estricto-de-resultados-electorales-en-países-que-no-conocen) arguyen que el único fruto de las presiones a Gbagbo será un baño de sangre y el preludio de una guerra civil que aún no ha comenzado. En el lado contrario se sitúan quienes creen que esa 'realpolitik' ha dado magros resultados en la historia del África post-independencia, así que ya es hora de exigir a las democracias africanas lo mismo que exigimos a la Hondureña, por ejemplo.


- Y en medio de estas disquisiciones me encuentro con un provocativo artículo de Stephen Kinzer (ex New York Times) en el que acusa a las ONG y organismos internacionales de imponer una visión "imperialista" de los derechos humanos. Habla de Sudán y Ruanda, pero sus reflexiones podrían ser aplicadas también al caso de Costa de Marfil.

Que lo disfruten. Muy feliz año 2011.