Como casi siempre, uno de los atractivos de los informes de Oxfam es ir dos pasos más allá de las verdades aceptadas. Es cierto que el impacto macroeconómico de la crisis financiera en los países pobres ha sido bajo en comparación con el coste relativo que ha tenido para Europa y EEUU. Pero también lo es que el golpe ha afectado de forma desproporcionada a las poblaciones más vulnerables de estas regiones. La descripción de la crisis en Camboya, Ghana o Brasil es un retrato de sus campesinos, sus migrantes o sus trabajadoras domésticas. La suerte de todos ellos se ha jugado a una única carta: la existencia redes de protección social públicas o informales. La capacidad de resistencia de individuos y comunidades frente a los shocks ha sido un factor determinante para explicar porqué unos se han hundido y otros se han mantenido a flote:
La investigación identificó una serie de 'perros que no ladraron'; cosas que, de acuerdo a la experiencia de otras crisis, deberían haber ocurrido, y sin embargo no se produjeron o lo hicieron de un modo diferente. En un número sorprendente de casos los emigrantes no retornaron a sus pueblos; las remesas continuaron fluyendo; las familias fueron capaces de autoabastecerse a base de huertos o pequeñas explotaciones; muchos trabajadores mantuvieron sus empleos, aunque en condiciones peores y con salarios más bajos; y muchas familias han sido capaces de mantener a sus hijos en la escuela.El informe analiza las variables que explican estos pequeños milagros, pero advierte que la capacidad de resistencia de muchas comunidades pobres se encuentra al borde de la extenuación. A menos que se garantice el flujo de recursos y políticas nacionales e internacionales, un número importante de países se hundirán aún más en la miseria, arrastrando nuestra conciencia y nuestros intereses con ellos.
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