Amigos, amigas: no todo es luto en las agencias oficiales de desarrollo. A lo largo del año 2010 los llamados donantes 'no tradicionales' (como China, India, Arabia Saudí o Venezuela) comprometieron paquetes de ayuda al desarrollo equivalentes a unos 15.000 millones de dólares: un incremento del 20% con respecto al quinquenio anterior y lo previsible es que su progresión sea algo más que aritmética en los próximos años.
Nos equivocaríamos si pensásemos que la importancia de la cooperación 'sur-sur' sólo es económica. Se trata de donantes nuevos, sujetos a consideraciones políticas diferentes de las que padecen e imponen las economías occidentales agrupadas en el Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE. Las inversiones de China en las industrias extractivas africanas, por ejemplo, han venido acompañadas de un impresionante despliegue de programas de cooperación en materia de infraestructuras y capacitación del persona local; pero también de un relajo considerable en la transparencia y rendición de cuentas de los países africanos. (No hace falta destacar el entusiasmo con el que estos nuevos recursos 'incondicionados' han sido recibidos por la nomenklatura africana.)
Resulta difícil no considerar las extraordinarias implicaciones de estos procesos en la política regional de África, Asia y América Latina; y el modo en el que obligarán a las potencias tradicionales a situar sus fichas (y cooperantes).
Pero el incremento de la cooperación entre países en desarrollo también plantea preguntas fundamentales acerca del modo en que gobernaremos la globalización en los próximos años. Algunas de las principales economías emergentes han exigido -con todo derecho- mayor presencia en los foros internacionales de decisión (la fotografía en sepia de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, por ejemplo, difícilmente refleja las estructuras del poder en el siglo XXI). Pero ese derecho conlleva responsabilidades, y no todo el mundo parece pensar que países como China, India o Suráfrica las estén asumiendo.
Les cuento todo esto a propósito de una rara ocasión: la publicación del tercer Informe de la Cooperación Sur-Sur en Iberoamérica 2010, publicado por la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB). Hasta donde alcanza mi modesto entendimiento, este trabajo es el único documento regional de cooperación sur-sur que se publica en el mundo. Sus autores (entre los que destaca la investigadora Cristina Xalma) hacen un repaso informado y pormenorizado (incluyendo una utilísima relación de buenas prácticas) de la intensa colaboración que se produce entre países conocidos tradicionalmente por sus rencillas. El hecho mismo de que los miembros de la SEGIB hayan aceptado un trabajo de este tipo supone un paso adelante que nos reconcilia con una institución poco conocida.
Si están en el ajo, dense la oportunidad de bucear un poco en sus páginas. Aunque el informe facilita pocos detalles de la envergadura económica de los proyectos, un simple vistazo a los programas de cooperación entre Venezuela y el eje bolivariano (esquema II.2), sin ir más lejos, debería dar que pensar a más de uno.
Enhorabuena a los premiados.
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