Me recuerda un buen amigo el famoso
artículo escrito por Kofi Annan en 2006 acerca de lo mucho que la ONU debería envidiar a los Mundiales de Fútbol. Utilizando el tono entre diplómatico y eclesial que caracteriza al cargo, el antiguo secretario general viene a decir que ya le gustaría a las Naciones Unidas contar con el
fair play, la eficacia y el entusiasmo internacionalista que disfruta la Copa del Mundo.
Bien por Kofi. Si escribiese el artículo hoy, quizás podría añadir otra ventaja del fútbol sobre la ONU: ningún equipo del mundial recibe 3 millones de dólares de un cleptócrata africano que ha tapizado su fortuna con la piel de sus opositores. Porque esto es precisamente
lo que hizo Teodoro Obiang, propietario de Guinea Ecuatorial, con un organismo tan rabiosamente necesario como la UNESCO (un paso más en la
campaña de relaciones públicas de su régimen). A cambio de su óbolo, claro, Teodoro quería una medalla, y a la ONU no se le ocurrió mejor cosa que instaurar el Premio UNESCO-Obiang por las Ciencias de la Vida (de la vida fuera de la cárcel ecuatoguineana de Black Beach, se entiende). Imaginen las risas que se habrán traido en París pensando en el nombre para el premio.
Tras escuchar "la voz de muchos intelectuales, científicos y periodistas (...) que me han pedido que proteja y preserve el prestigio de esta organización", la directora de la UNESCO, Irina Bokova,
ha decidido dar marcha atrás y congelar esta exótica idea. Pero no se inquieten, los portavoces de la UNESCO ya han declarado que están buscando el modo de salvar la cara con Obiang y conservar la pasta. Para que luego diga Kofi que la ONU no pelea por sus principios.
[Nota: menos mal que el asunto no ha caído en manos del Ministro Moratinos, ese tigre contra los autócratas. Todavía le duele el espinazo de la última visita de Obiang a España, cuando el Ministerio de Exteriores desperdició su escaso prestigio tratando de colar al dictador en bodas y bautizos. Este
texto de Alicia Campos les ayudará a entender porqué.]