El conflicto que se desató en la República Democrática del Congo (RDC) a mediados de los noventa -y que continúa en algunas de sus regiones hasta el día de hoy- es conocido como la Guerra Mundial Africana. No hay ninguna exageración en este término. Las luchas entre gobierno y guerrillas, en las que han participado de uno u otro modo cerca de una decena de países africanos y otros tantos cómplices en el resto del mundo, se han cobrado la vida de al menos 5,4 millones de personas y han evaporado el futuro de todas las demás.
Durante esta guerra el Congo ha sido testigo de las atrocidades más impensables, desde la participación recurrente de niños soldado a las matanzas de civiles. Pero ninguna de ellas alcanza el horror sin precedentes de la violencia sexual. Dicho de forma simple, la violación masiva y sistemática de mujeres se ha convertido en una de las armas de guerra más crueles y eficaces del conflicto. Aunque resulta difícil determinar con certeza el alcance de estos crímenes, las ONG y los organismos internacionales han documentado la violación de decenas de miles de mujeres y niñas. Las violaciones son perpetradas por individuos armados que habitualmente actúan en grupo. Se obliga a los maridos y a los hijos de las víctimas a estar presentes, y en algunos casos las mujeres son retenidas por los combatientes como esclavas sexuales.
La violencia sexual ha llegado a imbricarse de tal modo en la vida de los congoleños que ya no es un problema exclusivo de los grupos armados. En la región de Kivu Sur, por ejemplo, las violaciones perpetradas por civiles se han multiplicado por diecisiete entre 2004 y 2008, perpetuando el terror, la miseria y el abandono de miles de familias.
Todos estos datos son parte de una investigación realizada conjuntamente por la Universidad de Harvard y Oxfam Internacional, que ha sido publicada hace unos días. En medio del relato escalofriante de los hechos, los autores de este informe describen la dificultad para recabar los datos más elementales sobre la violencia sexual en la RDC. Describen lo que en la práctica constituye una impunidad absoluta para los violadores y el estigma social y familiar de las víctimas. Y exigen una respuesta contundente de las autoridades nacionales e internacionales en ambos frentes. Algo parecido se podría decir de Colombia, de Sudán y de tantos otros conflictos donde este drama es moneda común.
Nosotros podemos hacer algo más. Podemos ponernos en su lugar, siquiera por unos instantes. Cuando lean o escuchen una de las escasas noticias que recibimos sobre esta guerra dejen las estadísticas a un lado y recuerden este testimonio de una madre de 27 años que fue violada en 2002 y abandonada después por su marido. Es el testimonio de una de las miles de muertas en vida que recorren los caminos de la RDC: "Los encontramos en nuestra casa. Se llevaron todo. Echaron a mi marido sobre la cama y le golpearon. Entonces dos soldados me violaron. Esta historia es tan trágica... no puedo creer que me ocurriese a mí. Prefiero la muerte a la vida. Ahora el mundo está sin mí debido a mi situación."
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