martes, 27 de abril de 2010

Una epifanía de tipo agrícola (y disculpen la extensión)

Víctima del volcán, la semana pasada tuve que hacer el trayecto Oxford-Madrid en tren, disfrutando de las ventajas de los ferrocarriles modernos y del exotismo de los sindicatos franceses. Fue allí, con mi boina y mis gafas de pasta, mientras contemplaba el cambiante paisaje de la campiña europea en plena explosión primaveral, donde tuve mi epifanía: hay algo profundamente equivocado en la deriva de la política agraria europea.

[Dirán ustedes: "vaya birria de epifanía... eso ya nos lo contó hace varias semanas... es usted un farsante... posiblemente ni siquiera sea francés". Lo sé, y lo siento. Pero no saben lo complicado que resulta encontrar un tono que atrape al lector victoriano tanto como al activista moderno. No se me despisten del tema.]

Que la PAC (Política Agraria Común) tiene problemas, eso ya lo sabíamos. Es un sistema ineficaz, insostenible y profundamente injusto. Y, si consideramos sus resultados en términos de coste de oportunidad, escandalosamente caro. No les voy a aburrir con muchos detalles. Para muestra de lo que pienso, sirva este edificante informe que escribí hace algún tiempo sobre el reparto de las ayudas agrarias en España.

La cuestión ahora es que nos enfrentamos al nuevo proceso de reformas que la Comisión Europea ha lanzado a bombo y platillo. La enésima reforma viene precedida de una ampulosa llamada al debate social y de artimañas publicitarias tan poco útiles como que "nueve de cada diez europeos consideran que la agricultura es muy importante". Claro... y si les preguntasen por el café con leche o por los notarios esas cifras serían incluso más altas (bueno, quizás no en el caso de los notarios). Oponerse a la agricultura es como oponerse al agua corriente y eso explica el entusiasmo de los encuestados.

En cambio, si las preguntas fuesen: "¿Está usted de acuerdo con que en España el 20% de los agricultores más ricos (muchos de ellos meros terratenientes) se embolse la mitad de los casi 7.000 millones de euros anuales que cuesta la PAC en nuestro país, mientras miles de pequeñas explotaciones son abandonadas cada mes dejando el territorio a merced del pasto o de los promotores inmobiliarios?". Si ha contestado 'no' a la primera pregunta, piense en otra más breve: "¿Se le ocurre alguna manera mejor de gastar ese dinero?".

En mi opinión, ésas son las preguntas que hay que hacerse, porque estamos hablando de cantidades muy importantes de recursos públicos y de uno de los ámbitos más críticos de la vertebración social, territorial y medioambiental de nuestros países. Creo que el medio rural merece todo el apoyo que necesite por parte de las instituciones públicas, pero de ahí a dar por sentado que estamos obligados a financiar ad aeternum a un sector que se sienta sobre sus privilegios adquiridos existe un trecho. Un trecho que yo no quiero recorrer.

Así que, si padecen ustedes mi improbable interés por estas cuestiones, les propongo cuatro reflexiones mañaneras para encarar con salud e inteligencia la próxima reforma de la PAC:

1) No caigan ustedes en la trampa dialéctica de los gobiernos europeos sobre la PAC y "el mercado", un lenguaje tan al gusto de la moda. No hace falta un doctorado en economía para entender que donde hay ayudas masivas y fronteras herméticas el mercado sufre distorsiones, pero mi colega Javier Pérez -del Área de Estudios de Intermón Oxfam-, ha puesto números a este axioma con un ilustrativo trabajo sobre el efecto que ha tenido la última reforma de la PAC, orientada a 'alinear la producción con los signos del mercado': de acuerdo a sus cálculos (que publicará en breve), la introducción de ayudas "desvinculadas" de la producción no sólo ha permitido a Europa sostener su producción de lácteos y cereales, sino que las exportaciones se han incrementado en ambos casos (más de un 35% entre 2006 y 2008, en el caso de los cereales).

En otras palabras: el único parecido entre la agricultura europea y el libre mercado está en el mundo de Alicia en el País de las Maravillas que describen los ministros del ramo. Porque, si se trata de competir, compitamos sin ayudas con los exportadores más eficaces (como los cerealistas brasileños o los azucareros de Mozambique) y asumamos las consecuencias. ¿O no es eso lo que reclamamos cuando queremos vender servicios de telefonía en América Latina?

2) Si aceptamos que se trata de un sector intervenido y protegido por las instituciones públicas (lo cual a mí me parece muy bien, quede claro), el objetivo entonces no debe ser producir para competir, sino someter la política agraria europea al interés público y a nuestros compromisos internacionales: sostenimiento del tejido económico y los servicios públicos de las zonas rurales, protección del medioambiente (incluyendo una reducción drástica de las emisiones de carbono) y respeto a los compromisos de Europa en materia de desarrollo. En parte, estos objetivos pasan por proteger a la agricultura y a los agricultores que cumplen su parte del contrato, pero tiene que ir más allá de eso. Necesitamos una Política Rural Europea, que es algo mucho más complejo y necesario que una política agraria.

(El lector avispado habrá notado que en la lista de bienes públicos no he incluido el objetivo de producir para abastecer por completo los mercados europeos. Francamente, no creo en eso que llaman la 'soberanía alimentaria' porque no creo que nuestros mercados nos pertenezcan; del mismo modo que rechazo la preeminencia de un español frente a un extranjero a la hora de trabajar en nuestro país. Un mercado cerrado es una oportunidad perdida para productores del mundo en desarrollo, y ésa es una decisión que debe estar muy bien justificada.)

3) Dicho esto, no tengo muchas esperanzas de que la PAC tome la deriva que les acabo de sugerir, porque el sistema ha demostrado ser impermeable a cualquier cuestionamiento fundamental de los privilegios adquiridos. Más que ningún otro sector de nuestras economías, la agricultura es un coto privado de los poderosos lobbies agrarios que han hecho del sistema de ayudas un modo de vida. En esto no hay diferencias esenciales entre productores grandes y pequeños, aunque es evidente que los últimos son los principales perdedores de este sistema.

Con muy pocas excepciones, los ministerios de agricultura europeos son meros gestores de este proceso, demostrando una incapacidad desoladora para ponerse al frente de sus políticas y dar un giro de timón. España, ay, es un ejemplo paradigmático de esta tara. La creación de un gran ministerio que aglutinase los objetivos agrarios y medioambientales de nuestro país fue una buena idea, pero todo se fue al traste cuando el Presidente Zapatero se deshizo de Cristina Narbona y dejó la política rural a merced de la esclerosis ideológica que representan Elena Espinosa y su equipo.

4) Si existe alguna posibilidad de que esto cambie, lo primero es garantizar la transparencia del sistema. En los últimos años se han dado pasos modestos para despejar la bruma insoportable que rodea todo lo que tiene que ver con las ayudas de la PAC, pero aún estamos muy lejos de contar con la información que exige un debate serio sobre una política pública tan fundamental. Si tienen tiempo, échenle un vistazo a Farmsubsidy.org, un esfuerzo titánico de un grupo de periodistas y organizaciones por abrir las cortinas de la agricultura europea. Pero aún están lejos de lograr la transparencia estadística de los estadounidenses, gracias a la cual el Environmental Working Group ha creado esta joyita para ciudadanos inquietos.

[Eso me recuerda, por cierto, que entre las muchas promesas incumplidas de este Gobierno está la de llevar al Parlamento una ley de transparencia y acceso a la información similar a la de otros países europeos. Habrá otra oportunidad de hablar de este asunto.]

2 comentarios:

  1. Muy bueno el artículo Gonzalo.

    Estuve hace un par de años con una beca en políticas de desarrollo rural, con uno de estos grupos científicos que financia la Unión Europea. En concreto estuve con la acción C-27 del COST, por si te interesa echarle un vistazo (http://costc27.altervista.org/).

    Me resultó muy curioso comprobar como la mayoría de los expertos firmarían tu artículo (o parte del mismo), y como sus acciones quedaban relegadas casi casi a experimentos, mientras la política agraria europea se mantenía inalterable.

    Eso sí, mantenían la fé en que dicha política agraria cambiaría progresivamente a ser una auténtica política rural. La imagen de los tractores en París me hace muy escéptico.

    Un saludo,
    Alberto

    PS. Te podrías hacer una cuenta en Twitter, mucho más cómodo de seguir.

    PS2. Aunque imagino que ya lo conocerás, por si acaso: http://periodismohumano.com/

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  2. Lo que dices, desgraciadamente, se repite en infinidad de foros relacionados con la agricultura europea. Y sin embargo esto no hay quien lo mueva...
    Me gusta mucho periodismohumano. ¿Conoces FronteraD.com? Muy recomendable también.
    Un abrazo

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