Publicado hoy en los medios escritos del Grupo Vocento.
Magnates Sin Fronteras Gonzalo Fanjul Suárez. Asesor Estratégico de Intermón Oxfam. (www.ideascontralapobreza.blogspot.com)
Incluso antes de que se convierta en algo más que una idea, la Tasa sobre Transacciones Financieras internacionales (TTF) impulsada hace algunas semanas en Nueva York por diferentes líderes internacionales está demostrando sus virtudes. Como por arte de magia, decenas de banqueros, inversores y especuladores han abandonado por unas horas la gestión de sus carteras y se han zambullido en los complejos problemas de la pobreza y el desarrollo internacional.
El veredicto ha sido unánime: “los impuestos al sector financiero no son la medida adecuada y serían un obstáculo a la recuperación”.
Alguien podría pensar que la oposición de los financieros a la tasa que grava con un 0,05% las transacciones financieras más especulativas tendría algo que ver con sus bonus anuales o con las cuentas de resultados de sus entidades. Error. Como señalaron recientemente algunos responsables del sector de los bancos y cajas en España, los Objetivos del Milenio no son cuestión de "regar de dinero a los países pobres, sino transformar las sociedades para que sean capaces de cambiar y salir de la pobreza". En otras palabras, el verdadero problema de los 1.400 millones de personas que viven hoy en la pobreza extrema no es la carencia de recursos, sino todo lo contrario.
Ésta es la buena noticia, señores de la banca: aún tenemos algún margen antes de empezar a “regar” a los países pobres con dinero. En concreto, tenemos un margen de unos 170.000 millones de euros anuales, que de acuerdo con la ONU es la brecha existente entre los recursos que serían necesarios para financiar los Objetivos de Desarrollo del Milenio y los que desembolsan los países donantes. Una brecha que explica en parte porqué la comunidad internacional está perdiendo la batalla contra el hambre y la pobreza: cuando faltan solo cinco años para que se cumpla el plazo establecido por los miembros de las Naciones Unidas, 70 de los países más pobres del planeta están muy por detrás de las metas previstas. El hambre alcanza por primera vez a cerca de 1.000 millones de personas y las cifras de mortalidad infantil se reducen con desesperante lentitud.
En realidad, la experiencia de cinco décadas de políticas de cooperación sugiere algo bien diferente a lo que defienden sus críticos: la financiación internacional constituye una condición necesaria para el crecimiento económico y el progreso, aunque a menudo no sea suficiente. En ausencia de otras fuentes, una ayuda al desarrollo que sea estable, predecible y negociada con los países receptores ha demostrado su eficacia en el pasado. En Tanzania, por ejemplo, el esfuerzo conjunto del Gobierno y de los países donantes ha permitido garantizar por primera vez el acceso a la educación primaria universal. Es parte de un esfuerzo global que ha logrado escolarizar a 33 millones de niños y niñas en la última década.
En un contexto de crisis, profundamente hostil al incremento del déficit, el reto está precisamente en encontrar fuentes públicas de financiación internacional que permitan la cuadratura del círculo, y en este campo la vieja idea de la TTF es una de las mejores que se han propuesto hasta el momento. A pesar del pánico que ha despertado entre nuestros inversores, la TTF no es un castigo a la banca sino una tasa que grava las operaciones financieras de carácter más especulativo. Cuatro de cada cinco euros que se mueven cada día en los mercados internacionales de capitales corresponden a transacciones sobre productos derivados, muchas de ellas ajenas a la economía real y al control de las bolsas. De hecho, la dificultad principal para la aplicación de esta tasa está en la opacidad de un sector que en este momento está bajo la lupa de los reguladores europeos y estadounidenses.
Las complejidades políticas de la TTF son evidentes, pero no cabe duda de que el esfuerzo merece la pena. Un cálculo rápido de los potenciales beneficios de este instrumento sugiere cifras por encima de los 300.000 millones de euros anuales, casi cuatro veces la ayuda al desarrollo global el año pasado. De acuerdo con un estudio de la Fundación Ideas, sólo en España se podrían recaudar hasta 6.300 millones de euros cada año. Estos recursos podrían ponerse al servicio de tres grandes retos: el desarrollo internacional, la cohesión social de los países donantes y la lucha contra el calentamiento global.
De todas las declaraciones realizadas estos días por los representantes de la banca española, hay una en la que estamos de acuerdo: existe el riesgo de que esta propuesta se tope una vez más con el desinterés de algunos miembros del G20. Por eso es fundamental aprovechar el impulso político ofrecido por Francia, España y la Comisión Europea durante la Cumbre de la ONU, que debe culminar en la reunión de este grupo que presidirá Nicolás Sarkozy el primer semestre de 2011. Y eso explica la oposición de un sector bancario que no se encuentra precisamente entre las víctimas de la crisis. Solo cabe esperar que el Presidente Zapatero tenga muy presente la advertencia que hizo Keynes hace casi un siglo: “Sugerir a la City de Londres una acción social en beneficio del bien público es como discutir El origen de las especies con un obispo”.
Pues yo estoy más dispuesto a discutir el Origen de las Especies con ciertos obispos, que a esperar la acción social del sector financiero
ResponderEliminarTras la edificante visita del Papa a España este fin de semana, creo que el reto es de una envergadura similar.
ResponderEliminarUn saludo,
Gonzalo