Las conclusiones de este estudio han sido contestadas rápidamente por el Banco Mundial y por expertos de otras instituciones (ver un resumen en las páginas de Chris Blattman y del Overseas Development Institute). En general, las críticas se concentran en la metodología utilizada por Sala-i-Martín y en el modo en el que las extrapolaciones econométricas sustituyen la mala calidad de las estadísticas africanas. El lugar común es que África ha disminuido sus niveles de pobreza, pero en un grado mucho menos impresionante de lo que sugieren este autor (y a expensas de lo que ocurra con la crisis, habría que añadir).
No sé quién tiene razón, pero me interesan menos las luchas tribales de los académicos que las consecuencias prácticas de un debate de estas características. Porque en el desarrollo, como en casi cualquier otro ámbito de las políticas públicas, la apariencia de realidad cuenta tanto como la realidad misma. No importa que hablemos de la pobreza en África, de los muertos en un conflicto o del número de enfermos que esperan ser operados en la Comunidad de Madrid: a menudo los responsables políticos tienen menos interés en resolver los problemas que en controlar el modo en el que la opinión pública los percibe, porque los votos y los presupuestos se derivan de ese estado de ánimo.
En el caso que nos ocupa, la guerra de cifras puede alimentar los ataques a las políticas de solidaridad con África, atrapadas entre el déficit público y las dudas sobre la eficacia de la ayuda, y eso hace que tengamos que ser especialmente cautos. Todos aspiramos a la mejor información estadística sobre la pobreza, pero si los ejercicios de pirotecnia académica sirven como excusa para reducir aún más la atención que recibe África, entonces el asunto resulta mucho menos divertido. Incluso luciendo una chaqueta de colorines.
No hay comentarios:
Publicar un comentario