Mientras la mina San José de Atacama comienza a liberar a los 33 mineros atrapados desde el pasado 5 de agosto, ayer tuvo lugar en Chile otro acontecimiento capital, uno que pasó desapercibido para la gran mayoría de los medios internacionales: Luis Marileo Cariqueo, activista mapuche de 18 años, fue el penúltimo en poner fin a la huelga de hambre que decenas de indígenas han mantenido durante 82 días en protesta por el doble rasero legal que padece esta comunidad. Otro muchacho de 17 años retenido en el penal de Chol Chol ha decidido seguir adelante.
La imprescindible página de Periodismo Humano resumía los datos principales de este caso en una entrada de principios de agosto: la huelga se produce en respuesta a la desproporcionada ofensiva policial y legal del Estado chileno, que decidió aplicar a varios activistas mapuches una ley antiterrorista concebida bajo el régimen de Pinochet que contempla entre otras cosas el doble enjuiciamiento civil y militar. La organización de derechos humanos Liberar -que se ha ocupado de la defensa de los acusados tras renunciar éstos a los abogados de oficio que les ofrecía el ministerio- ha denunciado las presiones y las amenazas recurrentes recibidas por parte de los terratenientes que ocuparon las tierras mapuches y de los carabineros y militares que guardan sus espaldas. Este vídeo es una parte del abundante material recogido por Liberar.
Nada de todo esto es nuevo. Las comunidades mapuches llevan luchando más de un siglo por sus derechos económicos y culturales. Los veinte años de gobiernos de la Concertación han sido una cuenta más en el rosario de frustraciones de un Pueblo que ha visto cómo sus recursos naturales eran devastados y sus comunidades hostigadas y desperdigadas. El nuevo Gobierno de Sebastián Piñeira parece haber aceptado una negociación para la reforma de la Ley Antiterrorista, pero el problema es mucho más grave y profundo.
Los mapuches, como tantas otras comunidades indígenas dentro y fuera de América Latina, se encuentran en el epicentro de un dilema global acerca de los recursos naturales, los modelos de sociedad y la supervivencia del planeta. La Bolivia de Evo Morales -con todos sus muchos defectos e interrogantes- ha demostrado hasta dónde pueden llegar los sueños de pueblos indígenas relegados durante siglos a una existencia de segunda clase. Buena parte de los medios occidentales caricaturizan estas experiencias con la finura de un chimpancé frente a una máquina de escribir, metiendo en el mismo saco realidades profundamente diferentes. Pero sería un error ignorar la relevancia de estas transformaciones, que hoy podrían haber alcanzado también a la remota Araucaria chilena.
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