Finalmente, el Presidente Obama ha dado un paso en materia de inmigración. Y es un paso en la dirección correcta. Cuando casi hemos alcanzado la mitad de la legislatura y los movimientos pro-reforma empezaban a mostrar su nerviosismo, la radicalización de Arizona ha ofrecido al Presidente una oportunidad para sortear los obstáculos que imponen la crisis y las propias bases sindicales del Partido Demócrata.
Lo más interesante del discurso de Obama (el vídeo está disponible aquí) es, posiblemente, su punto de partida político: "El sistema está roto. Y todo el mundo lo sabe". Estados Unidos convive con unos 11 millones de inmigrantes irregulares. La inmensa mayoría de estos trabajadores jamás ha cometido un delito y constituye una pieza imprescindible del engranaje económico del país. Las leyes que hacen su entrada y estancia más difíciles han resultado ser un fracaso, como prueba el hecho de que muchos de ellos nacen, viven y mueren sin salir nunca de la irregularidad. Es posible que todo el mundo sepa que el sistema está roto, pero muy pocos gobernantes son capaces de reconocerlo. Hurra por Barak.
A partir de ahí, Obama propone una serie de medidas encaminadas a un "borrón y cuenta nueva con condiciones". La legislación que propone permitiría la legalización de los que entraron de forma irregular, pero para ello deben cumplir una serie de condiciones como el pago de impuestos atrasados, la satisfacción de una multa y el conocimiento del inglés. Algunos incluso deberán retornar a sus países antes de regresar legalmente.
Son medidas encaminadas a satisfacer a la opinión pública estadounidense, que considera la perspectiva de la nacionalidad un derecho por el que se deben hacer sacrificios tangibles. Y ésa es quizás la principal debilidad de la propuesta. Como explica Michael Clemens en un lúcido comentario, Obama opta por un modelo migratorio basado en el todo o nada: el fin último de la regularización es la adquisición de la nacionalidad, y un premio de esa envergadura exige condiciones. Pero, ¿por qué hay que dar por supuesto que todos los que llegan quieren quedarse para siempre y hacerlo como nacionales? ¿No sería posible establecer modelos intermedios que reduzcan la carga que se exige a ambas partes?
El segundo problema, claro, es que el modelo del todo o nada asume de forma implícita el carácter excepcional de las regularizaciones. Todos los gobernantes que las plantean dicen algo similar: "hacemos esto porque los anteriores fracasaron a la hora de impedir la violación de nuestras fronteras, pero eso no va a ocurrir con nosotros porque...". Obama está obligado a caer en la misma trampa y por eso explica cómo va a reforzar su frontera sur, y al hacerlo ignora el hecho de que "el sistema está roto" precisamente por su impermeabilidad. Los flujos migratorios se rigen por razones que escapan al control de los gobiernos y sólo un ejercicio constante y valiente de pedagogía pública permitirá introducir las reformas que lo hagan al mismo tiempo más justo y más inteligente.
Así que muchos confiamos en que éste sea sólo un primer paso. Nos va a hacer falta mucho más coraje e imaginación si queremos ganar esta batalla.
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