Cada generación, mientras intenta promover el bien común, debe preguntarse siempre de nuevo: ¿cuáles son las exigencias que los Gobiernos pueden racionalmente imponer a sus propios ciudadanos y hasta dónde pueden extenderse? ¿A qué autoridad se puede apelar para resolver el dilema moral? Estos son interrogantes que nos llevan directamente al fundamento ético del discurso civil. Si los principios morales que sostienen el proceso democrático no se basan, a su vez, sobre algo más sólido que sobre el consenso social, entonces la fragilidad del proceso se muestra en toda su evidencia. Aquí se encuentra el verdadero reto de la democracia.Estoy seguro de que Su Santidad tenía más cuestiones en la cabeza cuando pronunció estas palabras, pero si las leemos en el contexto de las expulsiones de rumanos de piel oscura (no confundir con deportaciones de gitanos) comandadas por el Comisario Sarkozy, el mensaje parece nítido: las mayorías no alteran la catadura ética de un asunto, por mucho que se empeñen en repetirlo los señores Zapatero y Rajoy.
(Otra cosa distinta es el valor moral original que una sociedad concede a los derechos individuales frente a los nacionales. En esto, ay, mucho me temo que la coherencia de los líderes europeos es intachable.)
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