Publicado hace unos días en el diario brasileño O Globo:
El casino agrario
Gonzalo Fanjul. Asesor Estratégico de Oxfam Internacional.
El economista británico John Maynard Keynes tenía opiniones bien definidas sobre los mandarines financieros de su época: “Sugerir a la City de Londres una acción social en beneficio del bien público es como discutir El origen de las especies con un obispo”. Casi un siglo después, los mercados se han hecho más complejos y sofisticados, pero el modo en el que los especuladores aprovechan en beneficio propio las leyes débiles o inexistentes ha cambiado bastante poco. Éste es el caso de los mercados alimentarios, donde las consecuencias del laissez-faire van más allá de lo aceptable.
Durante los últimos tres años el precio de los alimentos básicos ha conocido el incremento y la caída más agudos que se han visto en décadas. Las causas de esta espiral incluyen una combinación conocida de factores que disminuyeron la oferta y dispararon la demanda, como la producción de biocombustibles o el incremento del consumo de carne en Asia. Pero también han intervenido otras variables, como la desmesurada especulación financiera. Cuando sectores tradicionalmente más rentables perdieron fuelle en las bolsas de Europa y Estados Unidos, los especuladores pusieron sus ojos en la comercialización de materias primas como el trigo, el maíz o la soja, que recibieron el mismo tratamiento financiero que un chip o una hipoteca.
Los productos financieros (como los futuros o las opciones, que garantizan la entrega de la mercancía en un plazo y precio determinados con anterioridad) son un recurso habitual de vendedores y compradores para disminuir el riesgo inherente a cualquier mercado agrario. Pero esto difícilmente describe lo que ha ocurrido en los últimos años. La escalada inicial de los precios atrajo a los especuladores de grandes firmas como Goldman Sachs y J.P Morgan, que se ocuparon de desarrollar instrumentos derivados e índices combinados de materias primas que multiplicaron las piruetas financieras y el riesgo asociado a ellas, y convirtieron la agricultura en otro de sus casinos.
En el primer trimestre de 2008, mientras el precio de los principales alimentos se disparaba, los inversores estaban colocando en estos mercado la friolera de 1.000 millones de dólares diarios, buena parte de los cuáles eran operaciones bilaterales ajenas al control de las principales bolsas (lo que se conoce como operaciones OTC). Sólo en el mercado del trigo estos índices llegaron a controlar en junio de ese mismo año el 42% del mercado en los EEUU. La crisis precipitó la salida masiva de capitales de estos y otros mercados, y con ella la caída brusca del precio que conocimos en 2009.
La especulación ha contribuido a generar un mercado con precios más caros y menos predecibles, cuyas consecuencias se dejan sentir en buena parte de los países más pobres del planeta. Oxfam es testigo de cómo la volatilidad extrema de los precios golpeó a consumidores y productores pobres, incapaces de aguantar el shock o de aprovechar sus oportunidades. Desde Camboya a Níger y a Guatemala, la FAO calcula que el número de quienes pasan hambre se ha incrementado durante este período en más de 250 millones, hasta superar por primera vez en la historia los mil millones de seres humanos.
¿Qué se puede hacer? Muchas de las medidas de reforma del mercado financiero que se están aprobando en Estados Unidos y en otros países –como la transparencia, la regulación de los productos derivados y el control de las operaciones OTC- ayudarán a poner coto a los especuladores. Pero es necesario plantearse garantías adicionales en el caso de un mercado tan sensible para el bienestar humano, del que depende el derecho a la alimentación. Es un ámbito en donde la responsabilidad del G20 es ineludible, y en donde el Gobierno de Brasil debe ejercer el mismo liderazgo que ha demostrado en casa con la aplicación de políticas contra el hambre que se admiran en todo el mundo. Lo demás es tratar un cáncer con aspirinas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario