Soledad Gallego-Díaz se preguntaba ayer en su columna de qué íbamos a hablar ahora que se ha alcanzado un pacto sobre las pensiones. Cuál es el asunto en el que el Presidente y los mandarines económicos van a centrar su atención en los próximos meses. Pues bien, ojalá me equivoque, pero me da en el tupé que la respuesta se la ofrece en parte el Secretario de Estado de Hacienda, Carlos Ocaña, en la entrevista que publica El País esta misma mañana: tendremos que hablar del copago sanitario.
Y digo el copago sanitario como podría decir la educación, la atención a la dependencia, el sistema de guarderías o cualquier otro asunto menor que se les pase por la cabeza. Porque el principio siempre es el mismo, como recuerda Sol Gallego: necesitamos 'racionalizar' los sistemas. "Mantener la calidad reduciendo costes", en palabras del Sr. Ocaña. Y nada como una buena crisis para justificar cualquier cosa, de cualquier modo.
La 'racionalización' es uno más de los muchos sofismas que nos hemos visto obligados a tragar en los dos últimos años. ¿Quién podría estar en desacuerdo con mantener lo que tenemos pagando menos? Es como esa idiotez que aparece en el primer párrafo de cualquier declaración del Banco Mundial o del FMI con respecto a un país pobre: "la necesidad de políticas económicas sólidas". ¿Por oposición a qué, a políticas gaseosas? Cualquier estudiante de primero de economía sabe que, cuando dicen 'sólido', quieren decir 'comonosotrosqueremos', una fórmula que en los años 80 se popularizó como las 3D: desregulación, desprotección y devaluación.
En realidad, se trata de un principio fundamentado en el fatalismo político y en la derrota de modelos económicos ambiciosos de redistribución. Lo que el Sr. Ocaña olvida cuando habla de la sanidad es que en buena parte de España el sistema sanitario público es idóneo cuando padeces una gripe o un cáncer, pero para casi todo lo que hay en medio uno está condenado al limbo de los médicos especialistas y a una espera media de entre 3 y 6 meses. Y no por culpa de estos, precisamente, sino por la debilidad extrema de un modelo cuya financiación está muy por debajo de sus necesidades. Es posible que un eurito copagado por nuestros abuelos en sus visitas al ambulatorio resuelva en parte este problema, pero es aún más posible que esta medida equivalga a curar gangrenas con aspirinas, por continuar con el símil sanitario.
Lo más preocupante de la reforma de las pensiones no es el hecho de que tengamos que trabajar más o menos, sino el modo en el que se ha planteado y desarrollado la revisión de uno de los pilares del Estado de bienestar. Si se trata en gran parte del estrechamiento de la base de la pirámide de población, yo hubiese querido hablar del futuro del régimen migratorio, por ejemplo. Esta reforma ofrecía una oportunidad única para ejercer la pedagogía política que necesitamos de forma desesperada en este campo, explicando a la sociedad que el sostenimiento de nuestro bienestar (y el progreso de otras regiones del planeta) exige prepararnos para sociedades que en el futuro serán más abiertas y diversas.
Y este es solo un ejemplo de los debates difíciles que un Gobierno valiente y responsable debería liderar. El Presidente ha salido esta misma mañana a desmentir la propuesta del copago, pero a estas alturas vamos a necesitar algo más que su palabra. Lo único que sabemos con certeza es que Zapatero se ha puesto por completo en manos de un Ministerio de Economía que tiene las cosas demasiado claras, aunque esa lucidez responda fundamentalmente a los mismos intereses que provocaron esta crisis en primer lugar. Por eso me impresiona bastante poco la firmeza que su gobierno ha demostrado en las últimas semanas: toda la iniciativa y el coraje político aplicados a las prioridades más discutibles. (Del PP ni hablamos, porque ni discrepa con las medidas ni tiene el coraje de reconocerlo públicamente. De la impudicia de Aznar a la inanidad de sus herederos).
"Si se quiere se puede", dice el Secretario de Estado en la entrevista. Estamos de acuerdo.
[El pasado jueves se presentó en Madrid el programa de trabajo de Equo, la nueva plataforma política 'ecosocial' que lidera Juan López de Uralde. Si consiguen desembarazarse de algunos titulares políticos improbables, como la defensa de la III República (¿?), tal vez capitalicen el sentimiento de una parte de la sociedad que pasamos del asombro al aturdimiento con una facilidad desarmante.]