sábado, 18 de septiembre de 2010

El mayor reto ético

Publicado estos días en los medios del Grupo Vocento. Disculpen si me repito.

El mayor reto ético
Gonzalo Fanjul Suárez. Asesor Estratégico de Intermón Oxfam
Dentro de pocos días se levanta en Nueva York el telón de la Cumbre de los Objetivos del Milenio, que aglutina a líderes políticos de todo el mundo coincidiendo con la Asamblea General de la ONU. Desgraciadamente, no será una ocasión para muchas alegrías. Cuando faltan sólo cinco años para alcanzar la fecha límite establecida por la comunidad internacional empieza a ser evidente que los esfuerzos por reducir la pobreza extrema, frenar la pandemia del SIDA o extender la educación universal y la salud primaria han sido sencillamente insuficientes.
En parte este fracaso es presupuestario. Los compromisos de los países desarrollados en materia de cooperación corren camino de convertirse en el increíble fenómeno de los presupuestos menguantes. España, por ejemplo, ya ha anunciado un recorte de 800 millones de euros a lo largo de los tres próximos años, mientras que el Gobierno británico ha optado por alinear la ayuda con sus intereses estratégicos en países como Afganistán.
Pero resulta aún más preocupante la incapacidad de gobiernos donantes y receptores a la hora de reducir la vulnerabilidad extrema de las comunidades más pobres, de la que dependen en buena medida los avances del desarrollo. Los últimos años son sólo una muestra de la tormenta perfecta hacia la que se encaminan algunas regiones, como África subsahariana. La volatilidad del precio de los alimentos, los shocks financieros y las emergencias ecológicas anuncian un mundo en el que las crisis serán la regla y no la excepción. En este contexto el bienestar de individuos y comunidades depende más de la educación, la salud o el crédito que de los niveles de ingreso.
La lucha contra el hambre constituye un buen ejemplo de porqué las respuestas lineales, basadas únicamente en el desembolso de recursos, son insuficientes para alcanzar los Objetivos del Milenio. El Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) acaba de anunciar que el número total de quienes pasan hambre es de 925 millones de personas, la mayor parte de ellas en África y el sur de Asia. Esta cifra, que supone una caída de casi 100 millones con respecto a 2008 y la primera reducción significativa del hambre en quince años, sería una noticia excelente si no fuese porque está mucho más relacionada con el azar que con la acción política y económica: las mismas variaciones climáticas que destruyeron dos cosechas consecutivas en Australia y en Asia hace cuatro años han provocado en estos dos últimos una de las producciones de alimentos más altas de las últimas décadas, lo cual ha reducido los precios e incrementado el abastecimiento de la población. Una realidad que podría cambiar tras los incendios de Rusia y la inundación de las regiones cerealeras en Pakistán.
El hecho es que la respuesta internacional a la crisis del precio de los alimentos en 2007-08 se limitó a aprobar una partida de ayuda alimentaria de emergencia y a comprometer unos fondos de ayuda a la agricultura que resultaron ser un reempaquetado de compromisos anteriores. Como ha denunciado recientemente la ONG Intermón Oxfam, estas medidas fueron completamente insuficientes y existen posibilidades reales de nuevas hambrunas si no se dan los pasos necesarios.
En el corto plazo la prioridad es reducir la volatilidad de los precios y garantizar la protección de las comunidades más vulnerables. Las medidas que EEUU ya ha aprobado –y que Europa está considerando ahora- para regular el uso de productos financieros derivados permitirán amortiguar el efecto de la especulación en los mercados agroalimentarios. También es urgente revisar la insensata política de biocombustibles, que ha tenido efectos devastadores sobre la oferta mundial de alimentos, establecer reservas internacionales y garantizar el derecho de los países pobres a proteger sus mercados e incrementar los niveles de autosuficiencia.
En el largo plazo serán necesarias respuestas aceptables a preguntas complicadas: una población pobre cada vez más numerosa debe hacer frente a un mercado alimentario cada vez más volátil en un contexto natural restrictivo. Dicho de otro modo, el problema no es sólo alimentar a los 925 millones de personas que pasan hambre hoy sino explicar qué haremos en 2030, cuando el incremento de la población y las limitaciones climáticas obliguen a producir un 50% más de alimentos con un 90% menos de carbono.
No existe un reto ético más fundamental. Como recordaba hace poco un ambicioso estudio sobre los efectos de este problema en Guatemala, la desnutrición de un niño durante los primeros 36 meses de vida determina por completo sus futuras capacidades físicas y cognitivas. Generaciones completas en decenas de países pobres están viendo su futuro hipotecado por el hambre. 36 meses: ésa es la cifra que el Presidente Zapatero y otros líderes internacionales deben tener muy presente cuando se reúnan la próxima semana.

3 comentarios:

  1. Querido Gonzalo, tus palabras no pueden ser más contundentes y adecuadas, ¿alguien te escuchará? Ojalá amigo querido, los retos son enormes

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  2. La verdad es que lo dudo mucho. Pero mientras tanto, cómo nos entretenemos...

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  3. Yo si le escucho y por cierto, muy entretenido.

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